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miércoles, 25 de abril de 2012

UNA FECHA Y UN DESTINO

Existen fechas que, no por la naturaleza de la dureza de aquel momento, pueden caer en el olvido. Hay varias enlazadas entre sí por tsunamis deportivos que se vivieron en la historia sexagenaria de la UD Las Palmas. Este miércoles se cruza en el camino el suceso del 25 de abril de 1992, dos décadas atrás para rememorar el que fue primer descenso hacia la Segunda B (más tarde volvería a ocurrir en 2004), uno de los instantes de perplejidad vividos por la afición grancanaria con el club de fútbol que desde su nacimiento le hizo soñar. Parecía imposible, inimaginable, pero ...

Truman Capote supo dibujar en un sencillo aforismo el movimiento pendular del ser humano y sus vivencias: "el fracaso es el condimento que da sabor al éxito". No cabe duda; veinte años atrás el mismo escudo que hoy sobrevive en la Segunda División estaba herido de gravedad. Ocurría apenas nueve años después de romperse una trayectoria espectacular que durante 19 temporadas ininterrumpidas le llevó a codearse entre los mejores, a ser uno de los mejores. Pero esos días aciagos de 1992 culminaron aquel 25 de abril de un año olímpico con la derrota 2-0 ante el Sabadell que cerró las matemáticas del descenso. Había que pellizcarse para creerlo.


Un fracaso así no fue fruto del azar. "Cada traspié enseña al hombre algo que necesitaba aprender", apuntó Dickens con sabiduría. Las Palmas y su entorno parece no haber aprendido lecciones o, al menos, esa sensación quedó cuando la historia se repetiría. Nos sorprende quizá por ello la profunda insatisfacción general que se ha divulgado en el transcurso de la temporada más tranquila del último lustro, aún por resolver. Como si el estado de salud clasificatoria del equipo no tuviera aprecio o valor,  cuestionándose el juego cuando no la posición en la tabla o los resultados cuando no el fútbol realizado. Cualquier argumento parece válido para romper hechizos, no para generarlos. Hay que ser exigentes, eso siempre; pero también valorar todos los condicionantes propios y ajenos, porque en la competición hay otros proyectos que también están impregnados por la virtud y el desacierto. Y porque también hablamos de un equipo con sus propias limitaciones, que las tiene.


No es ésta una temporada de transición, porque todavía está en curso y porque viene en proceso una reestructuración generacional, condicionada también por la economía global. Si Las Palmas finalmente no alcanza un vagón promocionista es porque, sin duda, sus méritos reales no lo proporcionan ese alcance esta vez, porque en esa balanza estadística se contrapesan virtudes y defectos. Los puntos que quedan en el camino no se extravían por el azar. Toca aprender, eso sí, analizar sin perder la perspectiva de la autocrítica que permita al equipo progresar sin la soberbia del prepotente, algo que en el tránsito de aquella campaña 91-92 no se aplicó con la profundidad necesaria. Y acabó como acabó: en un naufragio. 


No olvidar; tener el armario lleno de recuerdos porque quienes desprecian un destino corren riesgo de volver a repetirlo. Si la posibilidad de un ascenso no está finalmente al alcance, entonces disfrutemos porque tanto sufrimiento en primaveras anteriores nos llenan de motivo para ello. Lo dice un superviviente de ese duro 1992.

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